Mis hijos no pueden ir al parque. No pueden salir a jugar al patio; mis hijos, dos bebés de menos de un año de edad, viven entre alergólogos, lubricantes nasales e inhaladores para controlar las crisis tempranas de asma que ya padecen. Viven entre aire de mala y de muy mala calidad. Viven en tiempos de contingencia ambiental.

El aire que respiramos, que respiran miles de niños tendría y podría ser más limpio, pero para ello necesitamos acciones radicales y contundentes que nos obliguen a renunciar a la comodidad del automóvil, necesitamos autoridades con el valor de poner en marcha una verdadera transformación aún a costa de simpatías.

Los recientes días con altísimos niveles de contaminación que sufrimos no fueron una situación excepcional y no son solo consecuencia de los incendios forestales. La realidad es que llevamos décadas viviendo, padeciendo y “acostumbrándonos” a vivir en una ciudad de las más contaminadas del mundo. En un país donde existen más de una decena de ciudades donde constantemente se rebasan los límites máximos de contaminantes en el aire, vivimos en un país donde las normas que establecen esos límites son laxas, insuficientes para garantizar que se cumpla el derecho a un medio ambiente sano y a la salud de mis hijos y de millones de personas.

En México, mueren cada año al menos mil 680 niñas y niños menores de 5 años de edad por enfermedades relacionadas con la mala calidad del aire. El número de muertes atribuibles a esta causa se ha incrementado casi 60 por ciento entre 1990 y 2015, debido a las altas concentraciones de contaminantes, la gran mayoría vinculadas con el uso de transportes como el automóvil.

La calle es nuestra. Sí, es tuya, mía y de cualquier persona que transite por ella. Más que una frase de propiedad, decir que la calle es nuestra significa que todas y todos tenemos el mismo derecho a transitarla y por ello debemos compartirla, lo cual no sucede en la mayor parte de las ciudades mexicanas. Cuántas veces nos ha pasado que como peatones encontramos calles sin banquetas o las que hay, están en muy mal estado que nos obligan a bajar al arroyo vehicular -arriesgando nuestra vida- porque no hay suficiente espacio para que circulen los autos y además la gente camine. Qué hay de las personas en sillas de ruedas que no encuentran rampas ni paradas para abordar el transporte público, lo mismo que las madres con carriolas. Qué hay de los ciclistas y el transporte público que carecen de carriles para transitar mientras que los automóviles que tienen la mayor parte del espacio público, tampoco lo encuentran en las mejores condiciones. Desde hace ya unos años existe la tendencia global de implantar modelos de calles completas en las ciudades, que va más allá del enfoque tradicional de privilegiar a los automóviles, sino que todos los medios de transporte incluido el público y el privado así como la bicicleta y la movilidad activa (caminar) tienen la misma importancia para que sean las personas las que decidan cómo quieren transportarse. Además de ello, las calles completas se conciben como un espacio donde la gente vive más que solo desplazarse. Con honestidad, cuánto tiempo del día pasamos fuera de casa. Mucho, ¿Cierto? Al menos 10 horas en promedio, 8 de la jornada laboral y dos de traslado, en el que en algunos casos hacemos compras o quedamos con un amigo o amiga, pues la calle completa también busca que las personas tengan acceso a parques, plazas, tiendas, terrazas, sin importar su forma de transporte. Si bien, cada calle tiene necesidades distintas hay características que todas deben considerar, por ejemplo que las aceras sean amplias, que se puedan cruzar con seguridad, pasos de cebra eficaces, aligerar el tráfico sin que eso signifique hacer que los autos circulen a grandes velocidades sino todo lo contrario. Aunque suene difícil de creer, el concepto de calle completa ya se ha aplicado en varias ciudades mexicanos y queremos que se replique en más, por ello, la idea de mejorar el transporte público es un primer paso. Ayúdanos a conseguirlo.

El riesgo a la salud es peor para niñas y niños. Solo en 2016 -último del que se tiene registro- las muertes de personas menores de 0 a 4 años representaron 53.4 por ciento del total de muertes por asma en menores de 18 años. En ese año también se registraron mil 902 muertes por infección respiratoria aguda de niñas, niños y adolescentes.

Cómo madre de dos niños que ya están sufriendo los impactos de esta contaminación quisiera irme de esta ciudad. Pero así como me niego a decirles la frase de “aquí les tocó vivir” y a enseñarles a resignarse a una situación que podría ser distinta; también me niego a hacerlos huir de esta ciudad maravillosa en muchos otros sentidos. Prefiero enseñarles contribuir a limpiar este aire y a exigir a nuestras autoridades que actúen con determinación para atacar de raíz este problema y no solo para paliarlo con declaratorias de contingencia.

Necesitamos que las autoridades cambien esta visión de ciudad donde el automóvil es el centro de las políticas y proyectos de gobierno. Necesitamos una ciudad pensada en las personas, en los niños y las niñas, en que tengan una larga vida saludable.

Urge generar y homologar en todo el país, políticas públicas dirigidas a mejorar los sistemas de información de los efectos de la calidad del aire en los derechos de las niñas, niños y adolescentes, así como en las regulaciones para hacer frente a la contaminación atmosférica.

Publicado originalmente en Sin Embargo

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Urban Revolution Viaduct Protest in Mexico. © Argelia Zacatzi
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