Hay una estrecha relación entre ser madre y ser activista por el planeta: no hay opción para dejar de luchar. Poco descanso, lágrimas y batallas perdidas; lo sé, de entrada el contrato no luce atractivo, pero el esfuerzo es directamente proporcional a la recompensa.

La historia simultanea comienza desde mi embarazo, etapa en la que decidí no consumir productos de origen animal por sus altos niveles de toxina en el cuerpo y de CO2 en el ambiente. Tenía claro que uno de mis mayores legados sería inculcarle una cultura sustentable a mi hija, así que cuando nació y vi su huella en el certificado de nacimiento sabía que así de pequeña quería que fuera su huella de carbono en el planeta.

Desde luego utilicé pañales de tela, recurrí a la lactancia exclusiva y dediqué dos años enteros a desarrollar una crianza de apego que le diera la seguridad necesaria para convertirse en una niña sana, fuerte e independiente. Aimeé, como el resto de los niñxs, nació con una deuda generacional que no le corresponde, pero con solvencia moral suficiente para enfrentarla.

Ahora que tiene seis años decide no utilizar plásticos de un solo uso, prefiere alimentos libres de producto animal y aunque a veces le cuesta, se está enseñando a evitar el consumismo; sabe perfectamente que vivimos una crisis climática que derrite a una velocidad sin precedentes los casquetes polares, pero no su esperanza, que por el contrario, se fortalece.

Claudia y Aimeé

Desde muy pequeña me ha escuchado alzar la voz por el planeta y todo mi material de trabajo es asaltado por su insaciable curiosidad; en una ocasión tomó uno de mis poster y lo colocó frente a su cama, “Save the ocean”, dice el poster; probablemente no sabe qué significa, pero le basta ver a la ballena que lo ilustra para querer salvarlo, así como a mí me basta esa convicción para continuar y hacerle frente al mayor desafío que vivimos como humanidad: la sexta extinción masiva.

Mi discurso como activista exigiendo que se proteja al menos el 30 por ciento de nuestros océanos hacía el 2030 resuena no sólo en la ONU y en el resto de los países del mundo, sino también en su voluntad para subirse al barco y navegar, así como Greta Thunberg cuando cruzó el océano transatlántico en un barco de eslora: contra viento y marea.

Que pare el calentamiento global y no nuestro barco. Mitigar la crisis climática es una cuestión de supervivencia y como mamá y activista aún tengo 1.5° C  razones para continuar.

Para todas las mamás del mundo, ¡sí se puede!

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Emergencia climática

Necesitamos acción climática urgente y contundente, tenemos que dejar el petróleo bajo tierra y transitar hacia una economía limpia, sustentable y equitativa. El gobierno tiene que respetar los acuerdos que el país ha adoptado tanto nacional como internacionalmente y que están plasmados en las leyes mexicanas.

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