En muchas partes del mundo, desperdiciar comida se convirtió en un hábito: se compra más de lo que se necesita, se deja que las frutas y los vegetales se echen a perder o se piden porciones más grandes de lo que se puede comer. Estas costumbres pueden parecer mínimas pero añaden presión y dañan a la naturaleza -que es de donde proviene nuestra comida-. 

Detrás de cada bocado que no se aprovecha se pierde el trabajo, el esfuerzo y los recursos valiosos, como el agua, las semillas, etc., que se utilizaron en la producción (y eso sin contar lo que se usó para el transporte). En pocas palabras, desperdiciar comida aumenta los gases de efecto invernadero que causan el cambio climático.

"Un 17% de los alimentos en los hogares y comercios al por menor se echan a perder o se desperdician."
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Es decir, estamos hablando de un gran problema. A nivel mundial, entre la cosecha y la distribución minorista se pierde 14% de los alimentos producidos y en la instancia del consumidor, la cifra es de 17%. 

Acciones sencillas para reducir el desperdicio de alimentos 

La cantidad de comida que se descarta desde el momento de la cosecha y hasta que llega al comercio es conocida como pérdida de comida. En cambio, la parte de alimentos que no se aprovecha a nivel del consumidor o del comercio minorista en sí mismo se conoce como desperdicio de comida. 

"Un 17% de los alimentos en los hogares y comercios al por menor se echan a perder o se desperdician."
Se estima que hasta el 30% de los alimentos producidos a nivel mundial se desperdician directamente.

En cualquiera de las dos instancias mencionadas, hay mucho por mejorar. En especial, al considerar que vivimos en un mundo donde millones de personas tienen hambre. 

Compartimos algunas acciones sencillas que permiten optimizar el uso que hacemos de nuestros alimentos.

1. Comprar sólo lo que se necesita

Planificar las comidas ayuda a hacer compras más eficientes. Para eso, se puede hacer una lista y respetarla, que es clave para no hacer compras impulsivas. Este hábito ahorra comida y también dinero 😉.

2. Elegir frutas y verduras “feas”

No hay que juzgar a la comida por su apariencia. Verduras y frutas que tienen formas raras o están un poco magulladas suelen ser descartadas porque no cumplen con la estética que se espera. Sin embargo, tienen el mismo sabor así que no las discrimines. incluso las que están más maduras sirven para licuados, jugos y postres.

3. Almacenar los alimentos de forma inteligente

Mover los productos más viejos al frente de tu alacena o refrigerador y los más nuevos hacia el fondo. Utilizar bolsas o recipientes herméticos para mantener alimentos frescos por más tiempo y chequear que los paquetes estén bien cerrados para que ningún insecto entre en ellos.

4. Prestar atención a las porciones

Servir porciones más pequeñas en casa y compartir platos muy abundantes en los restaurantes.

5. Amar las “sobras”

Si no comiste todo lo que cocinaste, frizarlo es una gran opción. O también usar esos ingredientes para armar otra comida. 

6. Dar nueva vida a los descartes

Los restos de frutas y verduras pueden compostarse. De esta manera, los nutrientes vuelven a la tierra y se reduce la huella de carbono. 

7. Respetar al alimento

La comida nos une. Reconecta con nuestro alimento interesándote por los procesos que la hacen posible. Leer sobre cómo se produce y quiénes la cultivan es un gran inicio . 

8. Apoyar a los productores locales 

Al comprar a los productores de tu zona estás respaldando a familias trabajadoras y a pequeños comercios. Al mismo tiempo,  es una forma de combatir la contaminación que genera el transporte (cuanto menor la distancia recorrida, menor las emisiones).

9. Compartir es ocuparte

Por último, donar la comida que de otra forma se desperdiciaría es un último y efectivo recurso. 

Estos cambios en tus hábitos pueden tener un impacto global muy grande. Es momento que pases a la acción y hagas tu aporte para detener el desperdicio de comida. Hazlo por las personas y por el planeta  🌎💪.

Fuente: FAO