Los que vivimos en una ciudad sentimos de vez en cuando la necesidad de alejarnos del caos metropolitano, de dejar atrás el ruido y escaparnos para “ir a la naturaleza”, como si urbano significara artificial, como si estuviera desconectado de lo natural.

La naturaleza ya está en la ciudad. Está en el aire que pasa por la ventana y en las voces de los niños que juegan fuera. Está en los pájaros que cantan en el parque y en el joven que lo hace en los autobuses. Está en la lluvia que cae y en el instinto que nos mantiene alerta.

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Las ciudades son hábitats masivos donde diversas formas de vida dependen unas de otras. Son las capitales donde luchamos por sobrevivir, ecosistemas en constante evolución donde nos reunimos para coexistir. Sin embargo, como si trataran de mantener la vida en los márgenes, las ciudades han sido diseñadas para expulsar a quienes no pueden permitírselas, a quienes se supone que no deben pertenecer a ellas.

Pero la naturaleza también es resistencia, como la flor que se abre paso entre el asfalto y las familias de la periferia que luchan por su derecho a quedarse. Es espontánea, como la crecida del río y las multitudes que desbordan las calles. Porque las ciudades no las construyen unos y simplemente las ocupan otros. Las ciudades unen a la gente, y cuando nacen las comunidades, las ciudades cobran vida.

Foto: Diana Suarez Melo
Foto: Ferry Ahmad

Por eso Greenpeace, a través de la campaña Justicia Urbana, conmemora el Octubre Urbano empezando por el Día Mundial del Hábitat a partir del 2 de octubre. Con personas como Flor Alba García, una recicladora que lleva más de 40 años trabajando, no sólo para hacer de Bogotá una ciudad más limpia, sino también por un salario digno y el reconocimiento de su trabajo; o Cecep Supriyadi, aresidente y miembro del Foro Ciudadano de Marunda Flats, donde ha estado resistiendo con su comunidad para defender su derecho a una vivienda digna y a un aire limpio para todos en Yakarta.

Flor Alba García Pérez

Recicladora de Oficio. Bogotá, Colombia

Flor Alba García Pérez. Foto: Diana Suarez Melo

Flor Alba García Pérez es una recicladora que tiene un legado familiar de recicladores leva más de 40 años trabajando para reducir las emisiones contaminantes de los residuos y separando los desechos en Bogotá (Colombia), pero también luchando por la dignidad de su profesión y la de casi 60.000 recicladores más en Colombia. Cada día, con su trabajo, ayuda a todos los bogotanos a tener una ciudad más limpia, inclusiva, resiliente y verde. Con su ejemplo, inspira a muchos movimientos ambientalistas a recuperar el sentido de pertenencia de los bogotanos hacia una ciudad más sostenible.

Ella asegura que los recicladores han transformado a Bogotá en los últimos 80 años, porque con su trabajo hace que Bogotá sea una ciudad más limpia y que por su labor han enseñado a los ciudadanos a separar y reciclar para que lleguen menos residuos al relleno sanitario Doña Juana. Eso se evidencia en las toneladas que están recuperando y evitando que lleguen al relleno sanitario. “El problema ahora es que la gente no saca el material para que lo recojan los recicladores y falta educación para que saquen el reciclaje en el momento adecuado.” asegura Flor Alba, quien es parte de la organización ECOALIANZA.

Por ciudades en las que todas las personas -especialmente las que, como Flor Alba y Cecep, han sido marginadas históricamente- no sólo sean escuchadas, sino incluidas activamente, aportando su experiencia vivida y su poder colectivo para transformar las ciudades en lugares justos, verdes y resilientes para todos. Ciudades que no expulsen a la naturaleza, sino que le den vida en su centro.

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