Conoce aquí la historia detrás del regalo elegido para el estreno del documental Por Aquí NO: canastos tejidos por cuatro artesanas de la Región de Los Lagos quienes son reflejo de una transformación.

Mujeres que aprendieron a tejer cestería tradicional mirando a sus madres, padres y abuelos, quienes usaban fibras vegetales que abundaban por la zona. Como con la sequía estas comenzaron a escasear, en el último tiempo han ido reemplazando la materia prima por el cabo de plástico que deja la actividad pesquera. Y así, usando su saber hacer ancestral, están reutilizando un desecho que contamina el mar austral de Chile.

Esta es su historia, contada por el equipo de Fundación Artesanías de Chile, quienes trabajan con ellas e hicieron posible que este trabajo llegue a nuestras manos.

Orieta Caucaman vive en Detif, un poblado ubicado en la isla de Puqueldón, en el archipiélago de Chiloé, donde también vive Ludia Barrientos. Ella, eso sí, está un poco más al norte, en la isla Añihue, cerca de Mechuque. Al frente, por Chile continental, 100 kilómetros más allá, en Hualaihué, comuna de Hornopirén, viven María Alicia Tureuna y Luisa Maldonado. A estas cuatro mujeres artesanas las une un oficio: la cestería en cabo de plástico.

No fue lo que partieron haciendo. Tradicionalmente tejían con fibras vegetales que sacaban de plantas que abundaban en la zona: principalmente junquillo y manila. Pero ante la sequía producida por el cambio climático y la contaminación que ha provocado la actividad pesquera en la zona austral, hace un tiempo comenzaron a reinventar su hacer utilizando desechos plásticos para crear artesanía tradicional. Así, su historia es reflejo de una otra mayor que reflejan los cuarenta canastos que tejieron para el estreno del documental. 

Para la ocasión, el equipo de Greenpeace buscaba un detalle que tuviera sentido. Contactaron a Fundación Artesanías de Chile, que forma parte de la red de fundaciones del Área Sociocultural de la Presidencia, y juntos llegaron a esta idea. Pero, ¿qué historia esconden estos canastos? 

Hace miles de años la parte oriental del mar interior de Chiloé fue territorio habitado por comunidades canoeras nómades, quienes vivieron abasteciéndose de los recursos del mar. Si bien ha sido una zona históricamente aislada, se dice que cuatro hitos han influido en las transformaciones que hoy explican las condiciones en las que se encuentran las islas: primero, el arribo de los europeos; luego, la incorporación de Chiloé a la República de Chile, periodo donde se mantuvo el acceso a recursos marinos y sus formas de explotación. Pero con el tiempo se dieron dos que generaron cambios agresivos: la implementación de un modelo económico que trajo una fiebre extractivista, la desregulación y pérdida del control en el acceso a los recursos costeros. 

El antes y después lo marcaría la implementación de concesiones acuícolas externas. Acceso y uso del mar, playas e incluso a tierras ajeno al control local. Así, la estructura de oportunidades empezó a basarse en el asalaramiento en balsas-jaulas y en la industria de procesamiento en la Isla Grande y continente. Esto marcó una ruptura significativa en el modo de vida de los isleños, incorporándose un sistema económico-productivo que contrastaba con el modo de vida que había prevalecido en la zona desde tiempos inmemoriales sin mayores alteraciones en el tejido social y en el ecosistema.

Así, a partir de 1980 comenzó a introducirse un sistema económico de extracción desmesurada de los recursos marinos, ya no para el autoconsumo, sino para abastecer una demanda externa, alterando también la propiedad del borde costero, que antiguamente pertenecía a todos.

Actualmente, existen cuotas extractivas reguladas, planes de manejo que son cada vez más exigentes y un ecosistema desgastado que ya no ofrece los mismos recursos de antaño, a lo que se suman floraciones algales nocivas conocidas como “marea roja” que dejan a las familias de las islas en una situación de mayor vulnerabilidad. 

Ese nuevo escenario ha llevado a buena parte de la población joven a emigrar de las islas para estudiar y conseguir mejores oportunidades laborales, siendo muy pocos los que retornan, porque en ellas prácticamente no existe trabajo remunerado. La principal actividad económica remunerada es la recolección de alga durante los meses de enero y febrero. Sin embargo, la mayoría se dedica a la agricultura de subsistencia, recolección de orilla y, en menor medida, a la pesca artesanal. 

Las playas de estas islas están altamente contaminadas con residuos que traen las mareas sin procedencia clara, pero en su mayoría se trata de basura relacionada con la actividad de la industria salmonera y mitilicultora como boyas de plumavit, cabos de nylon, y de consumo humano, como botellas PET. En algunas zonas se han instalado puntos limpios. Además, desde hace algunos años se realizan rondas ambientales: operativos de limpieza de playa donde se recoge hasta 1 tonelada de restos, en su mayoría, nylon y plumavit. En este contexto ha surgido un nuevo tipo de cestería que reutiliza parte de esos desechos plásticos.

La cestería ha estado presente en las islas del mar interior de Chiloé desde hace miles de años. Con esta técnica, que consiste en tejer la fibra vegetal que abunda en la zona, elaboraban cabos para amarrar las dalcas con las que las poblaciones canoeras se desplazaban entre el archipiélago y los canales australes. También confeccionaban canastos para la recolección de mariscos y cosechar papas, costumbre que se mantiene hasta hoy. 

Las técnicas utilizadas en la cestería chilota eran el calado, entramado, aduja y trenzado. Aún en las islas se continúa haciendo cestería en manila y quiscal, junquillo y ñapo, fibras que abundan en la zona. Sin embargo, la falta de acceso a agua potable hace que su extracción sea poco recomendable. Esto ha llevado a que la tradición artesanal se haya ido perdiendo.

Hoy son pocas mujeres quienes realizan trabajos de forma habitual. El traspaso hacia las nuevas generaciones también es escaso, considerando que en las islas están migrando muchos jóvenes hacia las ciudades a estudiar y buscar mejores opciones laborales. Así, la sequía y la intervención del hombre ha llevado que en los últimos cuarenta años la realidad de estas islas australes haya cambiado radicalmente, al igual que su paisaje. Y en ese contexto, la utilización del plástico para desarrollar la cestería tradicional responde a un proceso histórico reciente que afecta a toda la Región de Los Lagos. 

Para sortear este problema medioambiental, las artesanas de la zona han adaptado un saber tradicional y empezado a trabajar la cestería ya no con fibras vegetales, sino con cabos plásticos que arrojan las mareas a la orilla de sus islas.

Lo que en su origen es un problema, hoy es una oportunidad por el impacto virtuoso que puede llegar a tener el hecho de que las mujeres logren generar un ingreso extra para sus familias, poniendo en uso un saber ancestral, respetando la tradición, rescatando un modelo de vida que pueda sobrevivir a la economía global y mediante el cual, al mismo tiempo, se hacen cargo de un problema mayor: el cuidado del medioambiente y la protección del hábitat marino.

Hoy, si bien todavía no es un oficio instalado en todo el territorio de la región de Los Lagos, la cestería con cabo plástico puede constituir una artesanía emergente que identifica el territorio insular, diferenciándose del resto de artesanías presentes en la zona. 

La recolección de cabos depende de lo que arrojan las mareas. No todo el cabo plástico sirve para el trabajo artesanal: las artesanas buscan los cabos que se encuentran más enteros, los abren y rescatan el centro donde se encuentra la pita nueva que no está muy deshilachada ni maltratada por el sol y el agua de mar.

La seleccionan, limpian con la mano o con un trapo húmedo (considerando la escasez de agua presente en la zona, no los lavan) y los guardan en bodega para luego realizar combinaciones de colores para sus canastos. Es una forma de adaptarse, conservando la tradición de la recolección de orilla, ahora ya no para buscar navajuelas o choritos que antes abundaban y que les pertenecían a toda la comunidad, si no que para recoger lo que ahora el mar deja: basura. Con ello se destaca la capacidad de las artesanas isleñas para crear a partir de este material canastos combinando bellos colores que contrastan con los que típicamente se ven en la artesanía de la Región de Los Lagos.

Es una artesanía llena de color que alegra un paisaje donde llueve la mayor parte del año y que posee un elemento identitario potente: al ver estas artesanías podemos identificar un territorio de borde costero que ha vivido durante siglos de los frutos que les da el mar y que hoy continúan recolectando lo que el mar les entrega.