Estaba con mi hermano en la lancha y veo una pieza enorme, de unos 12 kilos. Me di cuenta que era un salmón porque otro muchacho había sacado uno igual hacía unos días y yo había visto las fotos. Nunca había visto un pez as. Era muy pesado, macizo, con dientes visibles y un tipo de escama que llama la atención”.

Ese es el relato de Emiliano, un pescador que vive en Fighiera, al sur de Santa Fe. El martes pasado detectó en sus redes un pez muy grande que nunca había visto en las calidas aguas del río Paraná: un salmón.

Los salmones provienen de países del hemisferio norte como Noruega. Por este motivo, fueron introducidos de manera artificial en nuestro continente y diferentes empresas los crían para cosecharlos (sacarlos del agua) y comercializarlos. En este caso se trataría en principio de un salmón chinook, una de estas especies introducida en la Patagonia chilena con fines comerciales hace décadas.

Los salmones crecen hacinados en enormes jaulas bajo el mar que funcionan como granjas que los “engordan”. Al no ser peces de la Patagonia, desarrollan gran cantidad de enfermedades y para que puedan subsistir les dan químicos y antibióticos. Como referencia, una misma compañía utiliza hasta 700 veces más antibióticos sobre un salmón en Chile de lo que usaría para el mismo salmón en Noruega.

Pero ¿Cómo llegaron salmones hasta Santa Fé?¿Qué genera la industria del salmón?

Hay que destacar que como estos salmones son especies introducidas de forma artificial, no poseen depredadores naturales. Son animales carnívoros y las poblaciones de especies nativas bajan al ser depredadas por los salmones ya que compiten por el espacio y la alimentación e incluso devoran a los peces de la zona.

Todos los años hay evidencias sobre la incompatibilidad de la salmonicultura con el clima, los ecosistemas marinos y los legítimos usos de las comunidades locales e indígenas, que se ven profundamente afectadas también.

En Chile (segundo productor de salmones a nivel mundial) cada vez impacta más la recurrente seguidilla de desastres ambientales provocados por la actividad de la industria salmonera: derrames, hundimientos, mortalidades masivas y proliferación de zonas muertas (anoxia) y escapes masivos de salmones.

En 2016, el gobierno chileno violó la legislación nacional e internacional y autorizó el vertido de 5 mil toneladas de salmones en estado de descomposición al mar (sin estudios previos ni evaluaciones de riesgo). Esto desencadenó una de las crisis sociales y ambientales más graves su historia. El mar de Chiloé fue un vertedero en el momento justo en el cual se daban las condiciones perfectas para el desarrollo de la marea roja. Los pescadores y mariscadores perdieron su trabajo, los comerciantes no tenían qué vender, el océano quedó contaminado y cientos de especies murieron (peces, aves y mamíferos). Y todo podría haberse evitado.

¿Cómo hizo Argentina para evitar los peligros de la salmonicultura?

El 30 de junio de 2021 fue un día histórico. La Legislatura de Tierra del Fuego aprobó de forma unánime la ley que prohíbe la instalación de cualquier tipo de cultivo y producción de salmones en cautiverio en las aguas marinas y de lagos de la provincia. De esta manera, Argentina se convirtió en el primer país del mundo que elige proteger sus ecosistemas diciendo No a la salmonicultura antes de que empiece a funcionar en su territorio.

De esta manera logramos evitar el desastre ambiental que pudo haber provocado la salmonicultura en el Canal de Beagle. Fue un gran triunfo de la ciudadanía y las organizaciones civiles y ambientales que se opusieron a la salmonicultura .

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En 2018, Argentina había firmado un acuerdo con los reyes de Noruega para desarrollar la salmonicultura en el canal. En ese momento, Greenpeace denunció los peligros que implicaría el avance de esta actividad en el ecosistema y los impactos que tendría para las industrias locales. 

A principios de 2019, se instalaron jaulas salmoneras en Puerto Williams, del lado chileno del canal de Beagle, lo que impulsó a crear un movimiento binacional en rechazo de la industria. A su vez, prestigiosos chefs se sumaron a la causa. En mayo de ese mismo año, y debido a la presión ciudadana y al trabajo de la comunidad indígena Yagán, se declararon ilegales las jaulas en Puerto Williams y se ordenó que fueran retiradas.

Desde Greenpeace sostenemos que es un paso importante hacia la protección de los ecosistemas del país y que ahora debe impulsarse la ampliación de medidas de preservación hacia el mar Argentino, que apunten a poner un freno a la exploración petrolera y la pesca intensiva.