En Febrero Rosario, voluntaria del equipo local de Bahía Blanca, vivió la experiencia de formar parte de la tripulación de un barco Greenpeace y, en esta nota, nos comparte su vivencia en primera persona.

¡Hola! Mi nombre es Rosario, soy voluntaria de Greenpeace Argentina y hace unos días tuve la oportunidad de embarcarme en el Arctic Sunrise (uno de los tres barcos de la ONG) como asistente de cocina desde el tramo Ushuaia-Montevideo.

Un viaje de Greenpeace, casi cualquiera me atrevería a decir, comienza con un llamado inesperado al que hay que responder con inmediatez. En esta oportunidad estaba partiendo hacia otro destino cuando mi coordinadora en Buenos Aires me comunicó que necesitaban con urgencia alguien para que se embarque en dos días y una respuesta casi inmediata. 
No se diga más; mochila en mano y lista para lo que se venía. Había vuelto de un viaje de tres meses y me estaba adentrando en otro que, estaba segura, iba a pelearle mano a mano.
Llegada a Ushuaia me recibieron con mucho cariño, fui conociendo a la tripulación (gente de Argentina nunca falta) y comencé a trabajar en la cocina con Nacho, un voluntario de Mar del Plata (¡qué lindo es encontrarse compañeros/as en el camino!).

Luego de unos días pude experimentar todos los estados propios a quien que navega por primera vez. Los mareos fueron inevitables, así como los consejos y el acompañamiento de la tripulación para que esté cada vez mejor (nadie puede escapar del seasickness) y con el correr de los días me acostumbré a lo que es vivir la cotidianidad dentro del barco; una burbuja atemporal donde pude ver y experimentar cosas que soñaba desde que comencé el voluntariado, allá por 2012. 
Compartir todo ese tiempo con la tripulación es como estar con tu familia; juegos de mesa, cenas en la cubierta, películas, música y mucho, mucho mate (incluso quienes son de otros países tuvieron que probarlo). Aún así, bajo esa cotidianidad, no podés pasar por alto el honor que es compartir esos espacios con un equipo tan diverso, de todos lados del mundo, que se juega 100% por sus ideales y que dedican gran parte de sus vidas a proteger el planeta.

Este tramo en el que me embarqué significó la finalización de la campaña “Pole to Pole”, que llevó al Arctic hasta la Antártida para investigar y tomar pruebas sobre los microplásticos en animales y el agua. Cada instancia del viaje cuenta, y estar en la parte final luego de tan larga travesía, es igual de importante.
La energía que me dejaron esas semanas fue algo que agradezco siempre que vuelvo de un viaje como voluntaria; ver delfines nadando a la par del barco, navegar en gomon, ¡ver lobos marinos y hasta salir del barco para nadar en el medio del mar! Encontrarte en esas situaciones te hacen darte cuenta del privilegio de poder vivirlo, de estar cruzando el mar en el barco donde estuvieron “Lxs 30 del Ártico” o de poder ver atardeceres dignos de 100 fotos.

Así también, embarcarme esos días me renovó la perspectiva y seguridad en el voluntariado, y el por qué cada tanto es necesario mirar dentro de uno/a para entender nuevamente, por qué se elige el camino del activismo. Porqué es necesario que personas pasen meses en el mar, lejos de su hogar y familias, yendo a lugares inhóspitos para seguir probando y denunciando de distintas maneras lo mal que los gobiernos mundiales están gestionando la crisis climática, y lo urgente que debemos actuar colectivamente.

El mensaje de nuestra ONG para la sociedad siempre es el de involucrarse, denunciar públicamente y organizarnos para exigirle a los gobiernos de turno cambios estructurales verdaderos y de largo plazo. Es por eso que desde hace ocho años me convenzo cada vez más, de que ser activistas en cualquiera sea el ámbito, es el camino si lo que deseamos es un mundo con justicia ambiental e individuos que sean protagonistas del cuidado de su propio hogar. 

¡Gracias Rosario por compartir tu experiencia y por tu apoyo al voluntariado de Greenpeace durante tantos años!

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