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El 3 de febrero descarriló un tren con 150 vagones, de los cuales una decena contenía químicos. Sucedió en East Palestine, Ohio, Estados Unidos El incidente no causó muertos pero todo el pueblo está en alerta por la contaminación del agua, el aire y el suelo. A pesar de la gravedad del hecho, la noticia tardó en trascender. 

Lo primero que se hizo fue evacuar a los residentes más cercanos. Para evitar la posible explosión de los vagones, los oficiales decidieron quemar las toneladas de cloruro de vinilo. En días sucesivos, los habitantes comenzaron a mostrar irritación en la piel y la vista. También aparecieron peces muertos en un arroyo cercano.   

El descarrilamiento pone en evidencia algo que es más habitual de lo que se cree. “Tenemos un promedio de 150 desastres químicos por año”, explica Rick Hind, director legislativo de Greenpeace entre 1991 y 2016 quien por su amplio conocimiento es un referente en temas relacionados a tóxicos y seguridad química . 

Hind agrega: “la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) necesita comenzar a aplicar la autoridad que se le confirió en 1990 y que nunca puso en práctica.  

Peligro sobre ruedas

En esta nota el especialista remarca que el peligro de los accidentes químicos va más allá de las explosiones. Otra amenaza son los químicos letales que se liberan -como el gas de cloro- que es tóxico por inhalación porque puede ahogar a cualquiera que lo respire. Tan dañino es que se prohibió su uso como arma bajo la Convención de Ginebra después de la Primera Guerra Mundial, principalmente porque no puede controlarse una vez liberado. Y una vez en el aire, viaja miles de kilómetros. 

Otra consecuencia de los desastres químicos son los impactos persistentes como las gruesas plumas de humo negro que la semana pasada invadieron los hogares, jardines y escuelas a un milla a la redonda del siniestro. 

A pesar de que todo esto -incluso el descarrilamiento en Palestina del Este- es prevenible, este tipo de transportes nunca podrán llegar a ser 100% seguros en tanto llevan sustancias peligrosas a través de comunidades enteras.  

Ejemplos del peligro que representan estas operaciones, sobran: hace días en la provincia de Catamarca volcó un camión con 20.000 litros de ácido; en 2013 en Lac-Megantic Canadá hubo una pérdida de gas natural licuado que mató a 47 personas. Mucho antes, el caso más trágico ocurrió en 1984, en Bhopal, India, cuando hubo 20.000 muertos en Union Carbide. 

La solución está al alcance de las empresas. Basta con que las plantas químicas cambien a componentes más seguros y procesos que puedan eliminar la posibilidad de estos riesgos.

Greenpeace junto a sus socios de la Coalición para Prevenir Desastres Químicos se manifestaron frente a EPA pidiendo precisamente esto. Así lograron que más de 100.000 personas firmaran la petición pidiendo a la Agencia que implemente nuevas reglas. 

La buena noticia es que EPA planea considerar nuevos estándares de seguridad en el otoño boreal. La duda permanece hasta ver los hechos, ¿realmente se sentarán a discutir sobre el tema? 

Otra buena señal es que en la Casa Blanca está uno de los campeones de la seguridad química. Cuando era senador, Joe Biden había dejado su postura muy clara: “Creo que pedir a las instalaciones químicas que transición a tecnologías más seguras debe ser una prioridad a establecer. Hacer esto eliminaría de forma completa y permanente una amenaza que pende sobre millones de norteamericanos. Es hora que dejemos de hablar de establecer prioridades y empecemos a concretarlas.”

Como bien lo pidió Hind, “Presidente Biden, por favor haga que EPA siga su ejemplo”.