Sabemos que cuando se habla de biodiversidad puede ser difícil bajar del concepto a la realidad. Por eso, te proponemos este simple ejercicio: imaginá un bosque ubicado en una zona cálida y húmeda. 

El bosque está poblado por pájaros de todos los tamaños y colores, mariposas y arañas, pequeños hongos que nacen de los troncos de los árboles, helechos por doquier, peces nadando en el arroyo, ínfimos musgos aquí y allá, algunos cuantos animales que se esconden de tu visita, unas cuantas culebras, algún anfibio. 

Todo este hermoso conjunto de seres conviven día a día, se alimentan y cuidan a sus crías. Se vinculan con este ambiente verde y vivo de una manera única e irrepetible. Bueno, de esa trama maravillosa está hecha la biodiversidad

Ahora bien, ¿qué pasa cuando las aves, las tortugas o especies vegetales son arrebatadas de su lugar o simplemente arrasadas para poder sembrar un monocultivo? Las especies se extinguen, los ciclos de las plantas cambian, los ambientes y sus habitantes pueden enfermarse. 

Si tan solo empezáramos por respetar el hogar natural de tantos seres (y a regenerar los que están muy maltratados) todo podría ser muy distinto

Escenas de un sistema que ya no funciona

En la ciudad de Salta ya no es raro ver enormes y bellos tucanes volando entre las copas de los árboles, en medio de los edificios y el cableado. Esta anécdota, que puede parecer pintoresca y divertida (¿acaso a quién no le gusta ver aves tan majestuosas un día cualquiera?) es en verdad síntoma de un problema mayor: la pérdida de sus hábitats.

En plena Capital Federal todavía existen veterinarias donde se venden aves y peces como si fueran peluches. El lado B de esta comercialización es la forma en que estos animales se capturan: derivan del tráfico ilegal de fauna silvestre, uno de los negocios más lucrativos -después de la venta de armas y de drogas-. 

En definitiva, el mascotismo y el avance de la agricultura y los proyectos inmobiliarios sobre zonas naturales colaboran en la expulsión de los animales de sus hogares. Esto no solo pone en peligro sus vidas sino que altera las rutinas y supervivencia de otras especies, que se ven desplazadas ante la llegada de los nuevos habitantes.

Además, hay que remarcar que al sacar a los animales silvestres de la naturaleza se prepara un escenario que puede terminar por enfermar y contagiarnos. Así sea que estos animales sean usados como alimentos o para tenencia como mascota lo único que se logra es que aumente el riesgo de transmisión de enfermedades a los humanos. El caso de la última pandemia de COVID es un claro ejemplo de esto.

Es por todo esto que es clave trabajar por la conservación y regeneración de los ecosistemas. Porque sin ese fino equilibrio de la naturaleza, que es el que sustenta la vida en todas sus formas, la suerte está echada: no hay salud para las personas en un planeta enfermo